En Arequipa y en todo el país, la agricultura familiar constituye el pilar de la producción alimentaria y del sustento de millones de peruanos. Se trata de un modo de vida y producción gestionado por familias rurales, donde sus miembros conforman la principal fuerza laboral. Según el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri), este sistema abarca la producción agrícola y pecuaria, la pesca artesanal, la acuicultura y la apicultura, entre otras actividades, según reciente informe de Videnza Instituto.
Más allá de su aporte económico, la agricultura familiar garantiza la seguridad alimentaria nacional, ya que produce la mayor parte de los alimentos que llegan a las mesas peruanas. De acuerdo con la Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA 2024), el 95.4 % de las unidades agropecuarias del país pertenece a esta categoría. Además, más del 83 % de los trabajadores agrícolas se desempeñan en este tipo de producción.
MOTOR DE LA ECONOMÍA RURAL
Las cifras reflejan su peso productivo: la agricultura familiar representa el 57 % de la producción agrícola y el 47 % de la producción pecuaria. En regiones como Cusco, Cajamarca, Ayacucho o Puno, constituye la principal fuente de ingresos y empleo. Sin embargo, su potencial se ve limitado por factores estructurales que afectan su competitividad.
Uno de los problemas más graves es la falta de relevo generacional. Muchos jóvenes rurales migran hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades, dejando el campo en manos de productores envejecidos. Esto provoca la pérdida de conocimientos tradicionales y la reducción de la fuerza laboral agrícola.
Otro obstáculo es la inseguridad jurídica sobre la tenencia de la tierra. Según Midagri, una parte importante de los agricultores familiares no cuenta con títulos de propiedad formalizados, lo que impide acceder a créditos, programas de asistencia técnica o inversiones para mejorar su producción, sostienen profesionales de Videnza.
EL AGUA, RECURSO DESIGUAL
El riego agrícola es un factor determinante en la productividad. La ENA 2024 revela que solo el 53.4 % de las unidades agropecuarias familiares dispone de riego para al menos uno de sus cultivos. En departamentos como Cusco (85%), Áncash y Apurímac, más de dos tercios de las unidades cuentan con este recurso. En cambio, en Puno, apenas el 14.9 % tiene acceso a sistemas de riego, lo que refleja la desigual distribución del agua.
El sistema de riego por gravedad —que utiliza la pendiente natural del terreno para distribuir el agua— es el más común: cerca de siete de cada diez unidades lo emplean. Sus principales fuentes hídricas son los ríos (47.6 %) y los manantiales (44.3 %). En regiones como Junín, tres de cada cuatro unidades riegan con agua de río, mientras que en Huánuco, Huancavelica y Apurímac, predomina el uso de manantiales.
Sin embargo, la antigüedad de los canales, el deterioro de la infraestructura hidráulica y los efectos del cambio climático reducen la eficiencia del riego. El estrés hídrico y la variabilidad de las lluvias agravan la situación, especialmente en zonas altoandinas, remarcan en el referido documento.
INFRAESTRUCTURA Y ASISTENCIA TÉCNICA, GRANDES BRECHAS
El limitado acceso a infraestructura vial dificulta el transporte de productos hacia los mercados, lo que eleva los costos y reduce la rentabilidad del agricultor familiar. En regiones de la sierra y selva, los caminos de herradura o carreteras sin mantenimiento siguen siendo la única vía de comunicación.
A ello se suma la escasa asistencia técnica y capacitación. Aunque existen programas públicos y privados, muchos agricultores no logran acceder a ellos por falta de información o recursos. Esto impide la adopción de tecnologías más sostenibles, como el riego tecnificado, los biofertilizantes o el uso de semillas certificadas.
El acceso al crédito también representa una barrera. Las entidades financieras tradicionales suelen considerar al agricultor familiar como un cliente de alto riesgo. Sin títulos de propiedad, sin garantías y con ingresos variables, muchos productores quedan
CAMBIO CLIMÁTICO Y VULNERABILIDAD
El impacto del cambio climático sobre la agricultura familiar es evidente. Sequías prolongadas, heladas, granizadas e inundaciones afectan directamente los cultivos y el ganado. Además, el aumento de plagas y enfermedades agrícolas obliga a los productores a utilizar pesticidas de bajo costo, muchas veces sin asesoramiento técnico, lo que deteriora el suelo y afecta la salud.
La degradación de los recursos naturales, combinada con la pobreza estructural en zonas rurales, hace que miles de familias vivan en condiciones de vulnerabilidad. En algunas regiones altoandinas, los ingresos agrícolas no cubren las necesidades básicas, lo que empuja a la migración o al trabajo informal.
FORTALECIMIENTO NECESARIO
Pese a las dificultades, la agricultura familiar tiene enormes oportunidades de transformación si se aplican políticas públicas sostenidas y coherentes. El Estado ha implementado estrategias como la Estrategia Nacional de Agricultura Familiar 2024-2030, orientada a mejorar la productividad, promover la innovación tecnológica y fortalecer la asociatividad.
La asociatividad rural es clave. Las cooperativas y asociaciones de productores permiten acceder de manera conjunta a insumos, maquinaria y mercados, reduciendo costos y aumentando el poder de negociación. Ejemplos exitosos se observan en cooperativas cafetaleras de Cajamarca y San Martín, o en asociaciones de productores de quinua en Puno, que hoy exportan a Europa y Estados Unidos.
La diversificación productiva es otra vía para la sostenibilidad. Apostar por cultivos alternativos, como la palta, el cacao, los granos andinos o los productos agroecológicos, abre nuevas oportunidades comerciales, sobre todo en mercados internacionales que valoran los productos sostenibles y de comercio justo.
Además, el fortalecimiento de la educación rural y la capacitación técnica permitirá atraer nuevamente a los jóvenes al campo. La incorporación de tecnología, el acceso a internet y la agricultura digital son esenciales para una nueva generación de agricultores conectados y competitivos.
DESARROLLO SOSTENIBLE
El fortalecimiento de la agricultura familiar está directamente vinculado a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Contribuye a la erradicación de la pobreza (ODS 1) al generar empleo rural; a la seguridad alimentaria (ODS 2) al garantizar alimentos saludables y accesibles; y al crecimiento económico (ODS 8) al dinamizar la producción local.
Asimismo, impulsa la igualdad de género (ODS 5), ya que miles de mujeres rurales lideran unidades productivas y cooperativas, aunque muchas veces sin el reconocimiento formal que merecen.
La agricultura familiar es mucho más que una actividad económica: es un modo de vida, una herencia cultural y una base para la soberanía alimentaria del país. Sin embargo, requiere un nuevo pacto social y político que priorice la inversión pública en el campo, fomente la innovación tecnológica y garantice la sostenibilidad de los recursos naturales.
Para ello, es necesario fortalecer la articulación entre el Gobierno central, los gobiernos regionales y locales, y el propio sector privado, con el fin de diseñar políticas que respondan a las necesidades reales de los productores familiares.







