El frijol (Phaseolus vulgaris) destaca como el principal cultivo en la costa, sierra y selva peruana, abarcando unas extensas 74,000 hectáreas y generando aproximadamente 88,000 toneladas de grano seco anualmente. Con más del 90% destinado al consumo interno, unos 4,000 toneladas de variedades como canario, caballero, rojo arriñonado y panamito encuentran su camino hacia la exportación. Este cultivo, con cerca de 30 variedades en el catálogo comercial, es una presencia constante en las mesas peruanas durante todo el año.
El frijol, arraigado en la historia peruana como un cultivo ancestral junto con otros superalimentos, se ha domesticado desde tiempos inmemorables. La cerámica de las culturas Nasca, Mochica e Inca atestigua la importancia del frijol en diversas variedades. Más allá de su significado cultural, los frijoles son una rica fuente de nutrientes, proporcionando entre 20 y 28 gramos de proteína vegetal, vitaminas del complejo B, vitamina C, hierro, fósforo, potasio, calcio e yodo, esenciales para el funcionamiento óptimo del cuerpo.
Además de sus propiedades nutricionales, los frijoles se destacan como aliados ambientales, ya que son uno de los pocos cultivos capaces de fijar nitrógeno y enriquecer los suelos de cultivo. Su contribución a la salud de la tierra se suma a su papel beneficioso para la salud humana, ayudando a reducir los niveles de colesterol, triglicéridos y glucosa, y brindando apoyo en la prevención y manejo de condiciones metabólicas como la diabetes y la dislipidemia.
