El corazón del campo peruano late con renovada fuerza ante la llegada de la campaña agrícola 2025/2026. Esta vez, el optimismo no se basa únicamente en la esperanza que siempre acompaña al trabajo en la tierra, sino en una apuesta consciente por la planificación, la tecnología y el conocimiento.
La agricultura nacional está entrando en una nueva era, en la que las decisiones ya no se toman a ciegas, sino guiadas por herramientas técnicas, estudios climáticos y datos estratégicos. Así lo refleja un reciente informe publicado en el suplemento Económika del Diario El Peruano, que destaca cómo el agro peruano está comenzando a usar la ciencia como brújula frente a los desafíos del clima.
Este cambio de enfoque no es casual. Es el fruto de una política pública que busca dejar atrás la improvisación para apostar por una gestión anticipada y profesional del campo. El documento “Perspectivas de la Campaña Agrícola 2025/2026”, elaborado por el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri), marca una hoja de ruta clara para el sector.
Más que un conjunto de cifras, el informe es un llamado a actuar con previsión. En un país tan diverso y vulnerable como el Perú, la capacidad de anticiparse a las condiciones climáticas puede marcar la diferencia entre una buena cosecha y una campaña perdida.
Una de las noticias más alentadoras es la proyección de un crecimiento significativo en las áreas de siembra. Se estima que se superarán los 2 millones de hectáreas cultivadas, lo que representaría un aumento del 5.4 % frente al promedio de los últimos cinco años y un 6.1 % más en comparación con la campaña pasada. Este crecimiento está directamente relacionado con un factor clave: la estabilidad climática.
El fenómeno El Niño-Oscilación del Sur (ENSO) se encuentra en su fase “no activa”, con altas probabilidades de mantener condiciones neutras durante el próximo verano. Este respiro en el clima genera un entorno favorable para que los agricultores puedan planificar con mayor certeza y tomar decisiones más acertadas.
Sin embargo, la planificación no elimina los riesgos, solo permite gestionarlos mejor. El Midagri advierte que algunos cultivos seguirán enfrentando desafíos importantes. En la Sierra, por ejemplo, la papa podría verse afectada por temperaturas bajas y un aumento en la humedad, condiciones que favorecen la aparición de enfermedades como la rancha.
Otro cultivo sensible es el maíz amiláceo, expuesto a heladas y granizadas. Además, en varias zonas de la Sierra se esperan lluvias por debajo de lo ideal, lo que representa una amenaza para cultivos como el maíz amarillo duro y la quinua, ambos con alto potencial comercial.
Ante este panorama, el informe resalta la necesidad de implementar sistemas de riego complementario y mejorar el uso de los reservorios. La escasez de agua, lejos de ser un obstáculo insalvable, debe convertirse en una oportunidad para innovar y modernizar la gestión del recurso hídrico en el agro.
El análisis también aborda los retos específicos por región. En la Costa, el arroz podría verse afectado por temperaturas más bajas de lo normal, mientras que en la Selva, las lluvias excesivas amenazan con dañar cultivos sensibles. No existe una solución única: cada región necesita estrategias adaptadas a su realidad.
Una de las herramientas más destacadas es el “Semáforo de Siembras”, que permite monitorear en tiempo real las intenciones de siembra, evitando desequilibrios en la oferta y la demanda. Esta herramienta busca evitar la sobreproducción y garantizar mejores precios para los productores.
Pero el verdadero impacto de esta información dependerá de nuestra capacidad para usarla. El informe enfatiza que solo con una articulación efectiva entre el Estado, los agricultores, el sector privado y la academia será posible traducir estos datos en decisiones concretas y sostenibles.
Para lograrlo, es indispensable que la información llegue a todos los rincones del país y que se refuerce con programas de capacitación que faciliten la adopción de nuevas tecnologías de cultivo, riego y gestión agrícola.
La campaña 2025/2026 simboliza un cambio profundo en la forma en que entendemos y enfrentamos los retos del campo. El crecimiento proyectado es prometedor, pero lo más importante es el camino elegido: una agricultura basada en la planificación, la ciencia y la resiliencia. Porque en el Perú, el futuro del agro no solo se espera… se cultiva.